El domingo anterior, estuvimos considerando brevemente un tema que está abierto para meditar mucho más, el cual es, la justicia de Dios, usando como base las preguntas nueve al once del CH. Hoy, nos corresponde entrar ya a la segunda parte del catecismo, titulada como: la redención del hombre.
Domingo 5:
Pregunta 12
P. Según el justo juicio de Dios, merecemos ser castigados ahora y en la eternidad: ¿Cómo, pues, podremos escapar este castigo y volver a gozar del favor de Dios?
R. Dios requiere que su justicia sea satisfecha.1 Por tanto, se debe satisfacer completamente las demandas de esta justicia, sea por nosotros mismos o por algún otro.2
1 Ex. 23:7; Rom. 2:1-11
2 Isa. 53:11; Rom. 8:3-4
Pregunta 13
P. ¿Podemos pagar esta deuda nosotros mismos?
R. Definitivamente que no. De hecho, cada día incrementamos nuestra deuda.1
1 Mt. 6:12; Rom. 2:4-5
Pregunta 14
P. ¿Podrá otra criatura –cualquiera que sea– pagar nuestra deuda?
R. No. Para empezar, Dios no va a castigar a ninguna otra criatura por la culpa del ser humano.1 Además, ninguna simple criatura puede soportar el peso de la ira eterna de Dios en contra del pecado y liberar a otros de ella.2
1 Ez. 18:4, 20; Heb. 2:14-18
2 Sal. 49:7-9; 130:3
Pregunta 15
P. ¿Entonces qué tipo de mediador y liberador deberíamos buscar?
R. Uno que sea un ser humano verdadero11 y justo,2 pero que también sea más poderoso que todas las criaturas, esto es, uno que también sea verdadero Dios.3
1 Rom. 1:3; 1 Cor. 15:21; Heb. 2:17
2 Isa. 53:9; 2 Cor. 5:21; Heb. 7:26
3 Isa. 7:14; 9:6; Jer. 23:6; Juan 1:1
El tema de la justicia de Dios, continúa siendo expuesto en las preguntas que corresponden a este día, invitando al lector a considerar la situación terrible en la cual se encuentra, es decir, la incapacidad de salvarse a sí mismo de la condenación eterna. El pecado requiere justicia, y la justicia divina será efectuada en el hombre ya que ningún mérito o ninguna criatura podría satisfacer lo que se demanda. Ninguna criatura sería capaz. Zacharias Ursinus, escribe al respecto: Ninguna criatura posee tal poder que pueda soportar un castigo finito, equivalente al que es infinito, con el fin de hacer satisfacción por la culpa infinita del hombre. Una simple criatura sería consumida y reducida a la nada, antes de que Dios pudiera satisfacer de esta manera: “Porque Dios es fuego consumidor”. “Si tuvieras en cuenta las iniquidades, oh Señor, ¿quién permanecerá?” “Porque lo que la ley no pudo hacer, siendo débil por la carne, Dios envió a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado”. &C. (Deut. 4:24. Sal. 130: 3. Rom. 8: 3.)
La demanda de la justicia de Dios trasciende nuestros esfuerzos, nuestro méritos, nuestras buenas obras o cualquiera cosa que la criatura pudiese ofrecer para ser absuelto de su estado de condenación. Hasta aquí parece que no hay esperanza, como si el estado del pecador fuese uno en el cual no hay ninguna salida. Pero, esto es lo maravilloso, que si bien es cierto que nuestros esfuerzos para satisfacer la justicia de Dios, son inútiles y no tenemos esperanza alguna, es aquí en nuestra zozobra e ignominia, que el Señor ha provisto un gran consuelo, a Jesucristo como el mediador perfecto, entre Dios y los hombres. Escribe al respecto, Theodore VanderGroe: “Es verdaderamente un gran e infinito privilegio para nosotros y para todos los demás hombres que Dios pueda recibir el pago de la deuda que le debemos por otro. En su infinita sabiduría, poder y bondad amorosa, Dios ha acomodado tanto a los pobres y necesitados para que otro que pague por su deuda con su justicia lo satisfará. Lo ha hecho específicamente por medio de Su propio Hijo, a quien da con ese fin para que sea un fiador y redentor.“
Necesitábamos un mediador que fuese verdaderamente hombre pero a la vez más poderoso que la criatura, de modo que éste mediador tenía que ser divino. Un mediador verdaderamente hombre y verdaderamente Dios. Nadie más que él podía satisfacer la deuda que los pecadores acarreábamos. Escribe el Dr. Ursinus: “Entonces, dado que no podemos por nosotros mismos dar satisfacción a Dios por nuestros pecados, sino que debemos tener algún otro satisfactorio o mediador en nuestro lugar, debemos preguntarnos más: ¿Qué clase de libertador debe ser? A esto podemos responder que necesariamente debe ser simplemente una criatura, o simplemente Dios, o ambos. Una mera criatura, sin embargo, no puede ser, por las razones ya asignadas. Simplemente Dios no podía ser, porque el hombre, y no Dios, había pecado; y también porque le correspondía al mediador sufrir y morir por los pecados del hombre. Pero Dios, en sí mismo, no puede sufrir ni morir. De ello se deduce, por tanto, que se requiere tal mediador que sea tanto Dios como hombre.”
Cuando consideramos seriamente lo que el Señor ha hecho por nosotros, es algo impresionante, ocupar nuestro lugar, recibir nuestro castigo, llevar nuestros pecados. El inocente por el culpable, el justo por el injusto. Demos gloria a Dios por nuestro único y verdadero mediador: Jesús el Mesías.
Sobre esto seguiremos hablando el siguiente domingo.