En esta breve serie sobre la cinco solas, intento exponer el porque afirmo que estos principios teológicos son relevantes para la vida cristiana. Hace unos días, estuve compartiendo sobre la Sola Scriptura.
En este artículo, pretendo abordar brevemente la Sola Gratia, un enunciando teológico que resulta incómodo y ofensivo no sólo a los no creyentes, sino también a ciertos evangélicos.
¿Qué significa “Sola Gratia”? Solo la gracia, siendo más puntual, solo la gracia de Dios. Este postulado teológico aunque breve encierra en sí mismo, gran parte del desarrollo teológico de la Reforma Protestante. Como bien apunta Jared C. Wilson: “El sello distintivo de la teología de la Reforma que los protestantes aprecian hoy es, por supuesto, la doctrina de la sola fide: la justificación solo por la fe. Pero solo en el corazón de la fe debe latir la sangre de la sola gratia, la noción de que nuestra justificación —de hecho, la totalidad de nuestra salvación— descansa en última instancia y únicamente en la gracia de Dios dada en Cristo.” A diferencia del catolicismo romano, el protestantismo enunciaba que la salvación no dependía del cumplimiento ritualista, de las indulgencias o de cualquier otro sistema que la religión pudiese crear, sino que, la salvación es propiamente del Señor. Es el Señor quien salva al pecador, no porque el pecador sea bueno o haya méritos dignos en él, sino que, la salvación es únicamente por gracia. Es una muestra del amor de Dios en Cristo Jesús.
Indiscutiblemente, esto nos lleva a Efesios 2:8. Pero antes de eso, quiero responder una objeción, la cual dice “la sola gratia, niega o menosprecia las buenas obras en la vida cristiana”, a lo cual respondo, que de ninguna manera, sino que las cosas son ubicadas en el orden que corresponde, salvo por gracia, y hacemos buenas obras no para ser salvos sino porque ya somos salvos y damos gloria al Señor haciendo el bien. En ese sentido, veamos que nos dice el apóstol Pablo:
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9).
Notemos que el origen de la salvación, no es las obras, sino la gracia. ¿De quién? De Dios. Gracia que se manifiesta no según nuestras obras sino únicamente por el libre y soberano amor del Señor. Con mucha razón Wood, A. S, apunta: “Una vez más, Pablo recuerda a sus lectores (como en el v. 5) que deben su salvación enteramente al favor inmerecido de Dios. La gracia es a la vez causa objetiva, operativa e instrumental. Amplía la declaración anterior agregando que el medio subjetivo (o la causa de aprehensión) de la salvación es la fe, que es también su condición necesaria. La fe, sin embargo, no es una cualidad, una virtud o una facultad. No es algo que el hombre pueda producir. Es simplemente una respuesta de confianza que es en sí misma evocada por el Espíritu Santo.” [1] La gracia no sólo se manifiesta en que Dios nos salva, sino que el Espíritu Santo mismo nos redarguye de nuestra condición llevándonos al arrepentimiento y la fe en Jesucristo. Como bien señala Frank Thielman: “En el pensamiento de Pablo, la fe no es algo que las personas ofrezcan a Dios y con lo cual la gracia de Dios luego coopere para salvarlos. Más bien, la fe está alineada con la gracia, y tanto la fe como la gracia se oponen a cualquier cosa que los seres humanos puedan ofrecer a Dios: no es una obra que merezca pago ni un motivo para jactarse (Rom. 4: 2-5, 16). Decir que la salvación viene “por la fe”, por lo tanto, es realzar aún más la noción de que surge de la gracia de Dios (Haupt 1902a: 65).“[2]
Que bueno y reconfortante, es saber que nuestra salvación no depende de nuestros méritos, porque realmente nunca serían los suficientes ni los mejores para ser salvos. Por lo tanto, podemos descansar que ha sido el Señor quién nos ha salvado por su gran amor.
Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. (1 Cor. 1:26-29).
¿Por qué afirmo este enunciado teológico?
Primero, porque coloca en orden lo relacionado a la salvación: La justificación no viene por nuestro méritos, sino que viene por gracia en Cristo Jesús. Las buenas obras son el resultado. En ese sentido, escribe Jared C. Wilson: “La obediencia debe venir como resultado de la justificación, como respuesta a la obra justificadora de Dios en Cristo. No precipita ni contribuye a la justificación de ninguna manera.” La obediencia, las buenas obras son la respuesta de un corazón agradecido con el Señor.
Segundo, porque nos aleja del legalismo. Muchos viven bajo la zozobra de un legalismo rígido y tóxico, en el cual viven haciendo muchas cosas para mantener o ganar su salvación. Pisoteando así la gracia de Dios.
Tercero, nos recuerda que Jesús se entrego por pecadores. Decir que somos salvos por gracia no es poca cosa, es decir que Jesús el Hijo de Dios, tomó nuestro lugar en la cruz del calvario (Rom. 5:8). Y eso, debe ser motivo de alabanza y gratitud hacia Él.
¡Que bueno es saber, que somos salvos por gracia!
[1] Wood, A. S. (1981). Ephesians. In F. E. Gaebelein (Ed.), The Expositor’s Bible Commentary, Volume 11: Ephesians through Philemon (F. E. Gaebelein, Ed.) (36). Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House.
[2]Thielman, F. (2010). Baker Exegetical Commentary on the New Testament: Ephesians (142). Grand Rapids, MI: Baker Academic.