Uno de los errores que podemos cometer a la hora de estudiar las Escrituras es olvidar que en ello dependemos totalmente de Dios. Los comentarios, herramientas bíblicas y cualquier metodología que utilicemos para estudiar, no serán de provecho, si no buscamos la guianza del Señor para ir al texto.
Leyendo el primer volument de la Teología Sistemática del Dr. Douglas F. Kelly, titulada “Systematic Theology (Volume 1): Grounded in Holy Scripture and understood in light of the Church“, encuentro que el autor presenta una breve recopilación de oraciones de algunos reformadores, quienes oran pdiendo ayuda del Espíritu Santo para que la iglesia puede entender y obedecer la verdad. Cito a continuación una de estas oraciones, la cual se atribuye a un reformador suizo, llamado Pierre Viret (1511-1571).
Reconociendo nuestras faltas e imperfecciones, y que nada tenemos de nosotros mismos que no hayamos recibido de lo alto, nos humillamos ante la altísima majestad de nuestro buen Dios y Padre, lleno de toda bondad y misericordia, rogándole que no entrara en juicio con nosotros para castigarnos y corregirnos en Su ira y furor [Salmo 6] con respecto a nuestras faltas e iniquidades, sino que Él mirará en cambio a la inocencia, justicia y obediencia de Su Hijo, Jesucristo, a quien Él se entregó a la muerte por nosotros. Por el amor con que agrada a su Padre, el Señor tenga misericordia de todos nosotros, y con su luz celestial ahuyente de nuestro corazón toda oscuridad, error e ignorancia, llenándonos de su gracia y de su Espíritu Santo. Que así Él nos lleve a la plena confianza en toda verdad, y nos abra el verdadero entendimiento de Su santa Palabra, para que no sea corrompida por nuestro sentido y entendimiento carnal. Al contrario, que nos dé la gracia con que habló por medio de sus santos profetas y apóstoles, a fin de que, guiados por el mismo Espíritu, anunciemos su honra y gloria y la edificación de todos. Y que no escuchemos sólo con oídos carnales nuestro propio juicio y condenación como los infieles e hipócritas, sino que seamos capacitados para recibirlo en nuestro corazón como verdaderos hijos de Dios, por una fe verdadera y viva, que será eficaz y activo por el amor. Así aprendamos a renunciar a nosotros mismos, de modo que no sigamos ninguna idolatría, superstición o malos afectos carnales, para que podamos depositar plenamente toda nuestra confianza en Él, y consagrarnos y confirmarnos completamente a su santa voluntad. Por tanto, que conozcamos el favor de nuestro Señor Jesucristo, para que seamos hallados irreprochables y sin mancha delante de Su rostro. Junto con todas estas bendiciones, pidamos a este buen Dios y Padre todas las demás cosas que Él sabe que son necesarias para nosotros. Así, como este gran Salvador y Redentor, Jesucristo, su amado Hijo, nuestro soberano Maestro, nos ha enseñado a todos a orar con un solo corazón: “Padre nuestro que estás en los cielos…”
Es digno que consideremos esto: orar para que Dios abra y guíe nuestro entendimiento al estudiar las Escrituras.-