En los últimos post en el blog, he venido considerado el tema de la santificación. Puedes leer el primer post aquí y el segundo aquí, en ambos trato de enmarcar la doctrina de la santificación como algo inherente a la vida del cristiano. Pero a pesar de que la santificación es un asunto muy necesario, no es algo popular en nuestras comunidades cristianas. ¿Por qué razones esto es así y qué podemos hacer?
No se necesita mucho discernimiento, para darnos cuenta que en muchas de nuestras comunidades cristianas, el tema de la santificación se ha desvirtuado o se ha omitido por completo. Las nuevas generaciones parecen ser mas ajenas al concepto bíblico de santificación y sus implicaciones a la vida. De hecho, el propio término, resultará muy arcaico o ‘religioso’ para algunos oídos. Pero ¿a qué se debe esto? Principalmente a que nos hemos alejado de las Escrituras, si no conocemos al Dios santo que se revela desde Génesis hasta Apocalipsis, es altamente probable, que no tengamos una idea clara de quien es Él y qué implica que nos haya llamado a ser parte de su familia. Nos hemos quedado muy a la orilla de este gran océano, levemente nuestros corazones se han humedecido con las verdades divinas y divagamos afirmando un carácter que es ajeno a Dios y un llamado a nuestras vidas que es contrario al que Él ha hecho.
Por lo tanto, nos vemos ante la gran razón de porque la santificación es impopular a muchos cristianos. Pero este desconocimiento del Dios santo, no se queda a nivel personal sino que también desde los púlpitos, la palabra santidad ya no es expuesta con todo su fulgor. Los sermones, en la mayoría de casos, se han limitado a charlas de motivación personal, exposiciones banales y jocosas, cuyo único fin, es que aquellos que se congregaron se sientan cómodos y regresen a sus hogares con unas cucharadas de placebo moral y psicológico. No afirmo aquí, que el predicador deba ser un ‘bloque de hielo’ enunciando un mensaje de forma fría, abstracta y sin vida. Lo que señalo, es que muchos predicadores han caído en ser ‘expositores à la carte’, dando al oyente lo que le gusta escuchar, día tras día. Y de este modo, el Dios santo nunca es presentado. La gloria de Cristo no llena los corazones y mente de los oyentes.
Predicar al Dios Santo. Conocer al Dios Santo. Deleitarnos en la Santa Trinidad. Es lo que más llena el corazón del creyente. Consideremos que, los ángeles en el cielo son sin pecado y puros ante Dios. Sin embargo, se describen para nosotros como llenos de asombro y con la mayor reverencia hacia Dios. Estas criaturas celestiales se cubren los rostros delante de Él y claman unos a otros: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria (Isa.6:3).
Si los ángeles en el cielo están delante de la santidad de Dios con profundo asombro y reverencia, cuán infinitamente más debemos nosotros, criaturas mortales del polvo, estar llenos de asombro y temor ante Dios. Existe un peligro real de descuidar la santidad de Dios. Somos personas carnales y terrenales. Por lo tanto, por naturaleza, tenemos pensamientos bajos de Dios. Aunque confesamos con nuestros labios que Dios es todopoderoso, santo y glorioso, sin embargo, pensamos que Dios es como nosotros. No nos damos cuenta de la majestuosidad infinita de un Dios asombroso. Pensamos en Dios en nuestro propio nivel. La verdad es que Dios está infinitamente por encima de nosotros. Apocalipsis 15:4 dice: “¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? porque sólo tú eres santo.”
La santificación no podrá ser muy popular en nuestra época, pero, ministro, maestro, hermano en la fe, debemos crecer en santidad porque el Dios que nos ha llamado es santo. Y la forma de conocer al Dios Santo, es a través de la Escritura. Al conocerlo, la santificación no sólo nos resultará necesaria sino también deleitable. No será un yugo pesado, sino una carga deleitosa. Vivir para Él, no serán restricciones moralistas, sino la libertad más gloriosa, sabiendo que hemos sido comprados por Él.
1 Pedro 3:16
pues está escrito: «Sean santos, porque yo soy santo»