He comenzado una serie sobre el Catecismo de Heidelberg, el domingo anterior leímos y reflexionamos un poco sobre las primeras preguntas del catecismo. Continuando con esta serie, corresponde en esta ocasión, considerar las siguientes tres preguntas.
Domingo 2
Pregunta 3
P. ¿Cómo llegas a conocer tu miseria?
R. La ley de Dios me la da a conocer.1
1Rom. 3:20; 7:7-25
Pregunta 4
P. ¿Qué nos exige la ley de Dios?
R. Cristo nos lo enseña de manera concisa en Mateo 22:37-40: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente.1 Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo es similar: Ama a tu prójimo como a ti mismo.2 De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”.1 Dt. 6:5; 2 Lv. 19:18
Pregunta 5
P. ¿Puedes vivir a la altura de todo esto de manera perfecta?
R. No.1 Tengo una tendencia natural a odiar a Dios y a mi prójimo.2
1 Rom. 3:9-20, 23; 1 Juan 1:8, 10; 2 Gen. 6:5; Jer. 17:9; Rom. 7:23-24; 8:7; Ef. 2:1-3; Tito 3:3.
Los comentaristas describen las preguntas 3 a 5 del Catecismo como retomando la distinción luterana entre ley y evangelio, con un matiz de la fe reformada al colocar la discusión sobre la miseria dentro del resumen de la ley de Cristo, que es amar. Los reformadores describieron la ley con tres usos: restringir el mal, enseñar que no podemos guardar la ley y dirigirnos hacia la misericordia y la gracia, y describir una norma de conducta para los seguidores de Jesucristo.
Comienza aquí, una exposición sobre la condición del hombre pecador, que se refleja cuando mira a la Ley del Señor. Es cuando vemos en el espejo de la Ley de Dios, que nos damos cuenta de nuestra verdadera condición, todos los demás reflejos son distorsionados y nos presentan una imagen ajena a quienes somos en verdad.
Estamos en miseria, porque estamos sin el Señor. Porque nuestro corazón, que es perverso y enemigo de Dios, dirige cada paso de nuestro andar. Zacharias Ursinus, hablando sobre la miseria del hombre, escribe: “El término miseria tiene un significado más amplio que el de pecado, porque abarca el mal tanto de la culpa como del castigo. El mal de la culpa es todo pecado; el mal del castigo es toda aflicción, tormento y destrucción de nuestra naturaleza racional, así como también todos los pecados subsiguientes, por los cuales se castiga a los anteriores; como la enumeración de los hijos de Israel, por ejemplo, por David, era un pecado, y al mismo tiempo el castigo de un pecado precedente, a saber: el de adulterio y asesinato, del que era acusado, de modo que incluía el mal tanto de culpa como de castigo. La miseria del hombre, por lo tanto, es su miserable condición desde la caída, que consiste en estos dos grandes males: primero, que la naturaleza humana es depravada, pecaminosa y alienada de Dios, y segundo, que, debido a esta depravación, la humanidad está expuesta a la condenación eterna, y merecen ser rechazados por Dios.“
Reflexionar en nuestra condición sin Jesucristo, nos debería llevar a la humillación y al agradecimiento. Pero, es posible que alguien objete diciendo que él no se encuentra en miseria, y es ahí, para probar aún más nuestro estado, dónde el CH, nos invita a considerar lo que la Ley nos exige y si podemos cumplir con ello, a lo que todos respondemos que no. Fuera de Cristo, no podemos hacer la voluntad del Padre, tal como nuestro Maestro lo dijo “separados de mi, nada podéis hacer”.
De modo que, volvemos al pensamiento inicial, estamos en miseria. Si, sin Jesucristo estamos en la miseria total. ¿Parece desalentador? Claro que si, pero a la vez esto nos brinda esperanza, porque aunque nuestra condición sea tan deplorable, el Señor nos trae salvación y un renuevo de vida. Ese es nuestro consuelo (tal como lo veíamos el domingo anterior).
Ursinus, escribe: La conclusión es la aprobación de la sentencia de la ley: estoy condenado. La conciencia dicta a todo hombre un silogismo como éste; sí, no es nada más que un silogismo práctico formado en la mente, cuya proposición principal es la ley de Dios; el menor, es el conocimiento de lo que hemos hecho, contrario a la ley; y la conclusión, es la aprobación de la sentencia de la ley, condenándonos a causa del pecado, aprobación que será seguida de dolor y desesperación, a menos que el consuelo del evangelio se acerque a nosotros, y obtengamos la remisión de los pecados para por amor al Hijo de Dios, nuestro Mediador.
Cuando comprendemos la Ley, comprendemos mucho mejor el evangelio. Meditemos hoy en lo que las Escrituras nos muestran sobre nuestra condición y agradezcamos al Señor por su amor al rescatarnos.