Seguimos con nuestra serie sobre el Catecismo de Heidelberg, el domingo anterior vimos lo que representa la caída de Adán y Eva para toda la humanidad. En este día, consideraremos la justicia de Dios y la culpabilidad del hombre, asuntos que son menester para la compresión del evangelio.
Domingo 4
Pregunta 9
P. ¿Pero no es Dios injusto cuando nos exige en su ley que hagamos lo que no podemos cumplir?
R. No, Dios creó a los seres humanos con la habilidad de cumplir con la ley.1 Pero al ser provocados por el diablo2 y a causa de su desobediencia voluntaria,3 se despojaron a sí mismos y a toda su descendencia de estos dones.4
1 Gen. 1:31; Ef. 4:24
2 Gen. 3:13; Juan 8:44
3 Gen. 3:6
4 Rom. 5:12, 18, 19
Pregunta 10
P. ¿Permite Dios que tal desobediencia y rebelión quede sin castigo?
R. Ciertamente que no. Dios está terriblemente airado contra el pecado con que nacemos y los pecados que cometemos personalmente. Como juez justo, Dios castigará ambos pecados tanto ahora como en la eternidad,1 habiendo declarado: “Maldito sea todo aquel no practica fielmente todo lo que está escrito en el libro de la ley.”2
1 Ex. 34:7; Sal. 5:4-6; Nah. 1:2; Rom. 1:18; Ef. 5:6; Heb. 9:27
2 Gal. 3:10; Dt. 27:26
Pregunta 11
P. ¿Pero no es Dios también misericordioso?
R. Dios es ciertamente misericordioso,1 pero también es justo.2 La justicia de Dios demanda que el pecado que se ha cometido en contra de su suprema majestad sea castigado con la pena máxima el castigo eterno de cuerpo y alma.3
1 Ex. 34:6-7; Sal. 103:8-9
2 Ex. 34:7; Dt. 7:9-11; Sal. 5:4-6; Heb. 10:30-31
3 Mt. 25:35-46
Si existe un tema que no es muy popular en nuestros tiempos, es la justicia de Dios respecto al pecado. Todos hablamos del amor de Dios con mucho énfasis, pero pasamos por alto esta verdad evangélica de que Dios es justo. Hay muchos que apelan al amor de Dios para evadir su justicia, “¿cómo puede ser que un Dios de amor, sea capaz de castigar?” se preguntan retóricamente para así vivir livianamente.
No podemos guardar la ley del Señor en nuestra naturaleza caída, pero eso no hace que Dios sea injusto al decirnos que la guardemos y que hemos de sufrir la condenación eterna por no guardarla. El Señor establece su justicia desde la eternidad, y ninguno de sus dictamines son malos o perversos, sino que su justicia santa, demanda que sea compensada la ofensa del pecador. Zacharias Ursinus, escribe: “Aquí, en esta parte del Catecismo, hay una objeción de parte de la razón humana contra lo que se dice en la pregunta anterior: si el hombre es tan corrupto que no puede hacer nada bueno antes de su regeneración, entonces Dios parece injusto y en vano exigirle, en su ley, perfecta obediencia. La objeción puede expresarse más completamente así: el que exige u ordena lo imposible, es injusto. Dios requiere del hombre en su ley una obediencia perfecta, que le es imposible realizar. Por tanto, Dios parece injusto. A esta objeción respondemos de la siguiente manera: el que requiere lo imposible es injusto, a menos que primero haya dado la capacidad de realizar lo que requiere; en segundo lugar, a menos que el hombre codicie, y por su propia voluntad se haya atribuido esta incapacidad; y, por último, a menos que el requisito, que no es posible que el hombre cumpla, sea de tal naturaleza que esté calculado para llevarlo a reconocer y lamente su incapacidad. Pero Dios, al crear al hombre a su propia imagen, le dio la capacidad de rendir esa obediencia que justamente exige de él en su ley. Por tanto, si el hombre, por su propia falta y libre albedrío, desechó esta capacidad con la que estaba dotado y se puso a sí mismo en un estado en el que ya no puede rendir plena obediencia a la ley divina, Dios no ha perdido por esta razón su derecho a exigir la obediencia que el hombre está obligado a rendirle. Por tanto, Dios nos castiga con justicia, porque hemos desechado este bien al transgredir sus mandamientos, y porque amenazó con castigarnos en caso de que se violara su ley.”
De modo que, ha sido el hombre quien desechó su estado de comunión con el Señor, seducido por las artimañas del enemigo, y en esta condición presente de incapacidad, la respuesta debería ser lamento y desespero para que el Señor en su justicia y misericordia nos provea un consuelo. No obstante, el hombre, se esconde aún más entre las tinieblas del pecado, de modo que es necesario, que el mismo Señor venga a rescatarnos. De lo contrario, lo que nos espera es el castigo eterno. Aquí el CH, introduce un concepto que tampoco es muy popular en nuestra época, el “castigo eterno”, ya que si la idea de un Dios que condena nos parece aterradora, cuánto más, si decimos que es eterno. Escribe Neal D. Presa: “La descripción del Catecismo y los textos bíblicos que lo acompañan que hablan de juicio, maldición, ira, esto es algo serio y no puede ser ignorado. Lejos de la herejía marcionita de ver al Dios del Antiguo Testamento como juicio y al Dios del Nuevo Testamento en Jesucristo como misericordioso y amable, incluso la declaración de Jesús en Mateo 10:28 describe a Aquel que puede juzgar el alma como más grande que cualquiera que pueda dañar el cuerpo.
El Dios trino que nos creó y cuyo amor es radical por nosotros, no juega con nosotros, y tampoco nosotros debemos jugar con Él. Gálatas 6: 7–8 nos recuerda que nadie se burla de Dios; no nos engañemos pensando que nuestras acciones o inacciones no importan.” ¿Por qué este castigo no puede ser temporal? Por la naturaleza de la ofensa y el ofendido, Ursinus escribe: “Ahora bien, la justicia de Dios exige que el pecado que se comete contra su altísima majestad sea castigado con pena extrema, es decir, eterna, tanto de cuerpo como de alma, para que haya proporción entre la ofensa y su castigo. Todo crimen es grande y merece un castigo en proporción a la majestad de aquel contra quien se comete.“
El pecador no tiene esperanza, tendrá que encarar esta sentencia a la condenación eterna, si no se arrepiente de sus pecados y es regenerado por el Señor. Si bien es cierto, que el Señor ha establecido que su justicia sea satisfecha, Él mismo proveyó el mediador para que su justicia y su misericordia se pudieran reflejar cristalinamente al pecador. Ese mediador, es Jesús el Mesías. Pero de eso, hablaremos el siguiente domingo.