Uno de los más antiguos credos de la iglesia cristiana, llamado “El credo apostólico”, dice de la siguiente manera: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra; y en Jesucristo, su único Hijo, Señor nuestro; que fue concebido del Espíritu Santo, nació de la virgen María“
La encarnación del Hijo de Dios, es un tema vital para la comprensión del evangelio. ¿A qué nos referimos con encarnación? La encarnación es la histórica doctrina cristiana de que Jesús de Nazaret es la eterna Segunda Persona de la Trinidad, que en el tiempo ha tomado sobre sí mismo una naturaleza humana completa al nacer de la virgen María por el poder del Espíritu Santo. Dicho de otra manera, es la afirmación de que el Logos (el Verbo de Dios) se hizo carne, tal como lo registra Juan: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14).
Respecto a la doctrina de la encarnación, no sólo hay negacionismo sino también escepticismo, por parte de los no creyentes, y también por algunos cristianos que por ignorancia ven con cierta duda esta doctrina esencial de la teología cristiana. En este breve post haré una breve consideración de la importancia de la encarnación de Jesucristo.
Algo que podríamos preguntarnos es ¿por qué es necesaria la encarnación del Hijo de Dios? Es necesaria porque nosotros no podríamos habernos rescatado del pecado (Rom. 3:10), la ira de Dios yacía sobre nosotros y todos nuestros intentos por solucionar nuestra condición delante de Él, solamente agravaban aún más la situación. De modo que es necesario un mediador, no un mediador cualquiera sino uno que fuese santo y perfecto, pero que también fuese como uno de nosotros. Y Jesús, es este Mediador. Zacharias Ursinus, escribe sobre la persona de Jesús:
“Primero, que él es Dios. “El Verbo era Dios”. “Todas las cosas por él fueron hechas”. “La Iglesia de Dios, que compró con su propia sangre”. “Quien fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad”. “Hay tres que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno”. (Juan 1: 1. Hechos 20:28. Rom. 1: 4. 1 Juan 5: 7.) A estas declaraciones de las Escrituras, podemos agregar aquellas que atribuyen a Cristo la adoración divina, la invocación, el oír la oración y tales obras como son peculiares de Dios solamente. Aquellos pasajes que atribuyen a Cristo el nombre de Jehová, también son relevantes. (Jer. 23: 6. Zac. 2:10. Mal. 3: 1.) Lo mismo puede decirse de manera similar de aquellas declaraciones de las Escrituras que se refieren a Cristo, las cosas que se hablan de Jehová en el Antiguo Testamento. (Isaías 9: 6. Juan 12:40, etc.) 2. Que es hombre. La humanidad de Cristo está probada por aquellas declaraciones de la Escritura que afirman que él era hombre, el Hijo del hombre, el hijo de David, el hijo de Abraham, etc. (1 Tim. 2: 5. Mat. 1: 1; 9: 6; 16:13.) Además, los que declaran que fue hecho de la simiente de David según la carne, que tenía un cuerpo de carne, y vino en la carne. (Rom. 1: 3. Col. 1:22. 1 Juan 4: 2.) Lo mismo también es probado por aquellos pasajes que atribuyen a Cristo cosas propias del hombre; como crecer, comer, beber, fatigarse, descansar, circuncidarse, bautizarse, llorar, regocijarse, etc. Que estas dos naturalezas en Cristo constituyen una sola persona. Esas declaraciones de la Escritura están aquí en el punto, que atribuyen, a través de la comunicación de propiedades, a la persona de Cristo, aquellas cosas que son peculiares de la naturaleza divina o humana. “El Verbo se hizo carne”. “Participó de carne y sangre”. “Antes que Abraham fuera, yo soy”. “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”. “Dios nos ha hablado en estos últimos días por su Hijo, por quien también hizo el mundo”. “Jesucristo ha venido en carne”. “Quien es sobre todo, Dios bendito por los siglos”. “Si lo hubieran sabido, no habrían crucificado al Señor de la Gloria”. (Juan 1:14. Heb. 2:14. Juan 8:38. Mat. 28:20. Heb. 1: 1, 2. 1 Juan 4: 3. Rom. 9: 6. 1 Cor. 2: 8.)”[1]
Por lo tanto, las Escrituras nos dicen que tenemos un mediador, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre. Un Mediador que ha venido a rescatar al pecador, un Mediador que ha traído el mensaje perfecto del Padre, un Mediador que se identifica totalmente con los suyos. Louis Berkhof, escribe: “La religión antes y después de la caída no puede ser esencialmente diferente. Si ahora es necesario un Mediador tenía que haber sido necesario también antes de la caída. Además, la obra de Cristo no está limitada a las operaciones de expiación y de salvación. El es Mediador, pero también, es cabeza; El no es únicamente el arché, sino también el télos de la creación, I Cor. 15: 45-47; Ef. 1: 10, 21-23; 5: 31, 32; Col. 1: 15-17. No obstante, debe notarse que la Escritura presenta invariablemente la encarnación
como condicionada por el pecado del hombre. La fuerza de aquellos pasajes como Luc. 19: 10; Juan 3: 16; Gál. 4: 4; I Juan 3: 8 y Fil. 2: 5-11 no puede quebrantarse fácilmente.” [2]
Debemos comprender que la encarnación, es una manifestación gloriosa de Dios, específicamente de su amor. Sí, que el Hijo de Dios haya tomado forma de siervo, es el reflejo del amor por pecadores como nosotros. Atanasio, escribe: “[…]Se tomó un cuerpo, un cuerpo humano incluso como el nuestro. Tampoco quiso simplemente encarnarse o simplemente aparecer; de haber sido así, Él podría haber revelado Su divina majestad de alguna otra y mejor manera. No, Él tomó nuestro cuerpo, y no solo eso, sino que lo tomó directamente de una virgen inmaculada, sin la intervención de un padre humano: un cuerpo puro, no contaminado por el coito con el hombre. Él, el Poderoso, el Artífice de todo, Él mismo preparó este cuerpo en la virgen como un templo para Sí mismo, y lo tomó para Él mismo, como el instrumento a través del cual Él fue conocido y en el cual Él habitó. Por lo tanto, tomando un cuerpo como el nuestro, porque todos nuestros cuerpos estaban sujetos a la corrupción de la muerte, entregó Su cuerpo a la muerte en lugar de todos y lo ofreció al Padre. Esto lo hizo por puro amor por nosotros, para que en su muerte todos murieran, y la ley de la muerte por lo tanto fuera abolida porque, cuando hubo cumplido en su cuerpo aquello para lo cual fue designado, a partir de entonces fue anulado su poder para los hombres. . Esto lo hizo para volver a los hombres incompetentes que habían vuelto a la corrupción, y darles vida a través de la muerte mediante la apropiación de su cuerpo y la gracia de su resurrección.” [3]
La encarnación de Jesucristo, es el comienzo de las buenas nuevas para los pecadores. El Hijo de Dios vino a rescatar a los pecadores, para gloria de su nombre. No porque ellos lo merecían, no porque eramos dignos, sino por su gran amor.
Aunque hoy en día, esta doctrina es cuestionada y colocada en el espectro de lo mitológico, resultado de considerar las Escrituras sin inspiración divina. Como bien señala Robert Stein, hablando sobre la encarnación y el nacimiento virginal: la Biblia afirma que la Encarnación se realizó mediante la concepción virginal, y si esta fue la manera en que Dios lo hizo, no podemos por más que reconocerlo. La importancia de confesar o negar la concepción virginal no radica en las consecuencias cristológicas que conlleva. La concepción y el nacimiento virginal no hicieron que Jesús fuera el Hijo de Dios. No era necesaria para que éste pudiera ser santo y sin mancha. Lo que está en juego no es la doctrina de Cristo sino la de la Biblia. Para los autores de Los Fundamentos, la concepción virginal era una especie de prueba de fuego para dilucidar el punto de vista sobre la Biblia que tenía alguien en concreto. Negarla implicaba obviamente rechazar la Biblia como infalible regla de fe. En este sentido la pregunta ¿crees en la concepción virginal? era una especie de shibolet (Jue 12:6) del siglo XX con que poner a prueba la idea que se tenía de la Biblia. [4]
A pesar de los ataques, que esta doctrina pueda recibir, podemos confiar absolutamente en que Jesús nació de una virgen y que su encarnación nos dice -entre otras cosas- que Él es el único mediador del nuevo pacto.
[1] The Commentary of Dr. Zacharias Ursinus on The Heidelberg Catechism
[2] Teología Sistemática, Louis Berkhof (pp. 305-330)
[3] On the Incarnation, Athanasius (pp. 26)
[4] Jesús el Mesías, Robert Stein (pp. 99)