Esta semana, he estado leyendo el “Essential Truths of the Christian Faith” por R. C. Sproul, un breve libro que recoge las enseñanzas más fundamentales de las Escrituras. El autor, nos da una breve introducción y fundamento bíblico a cada doctrina.
En este post, quiero compartir con ustedes, una doctrina tratada en este libro, la cual es “La deidad de Jesucristo.”
La fe en la deidad de Cristo es necesaria para ser cristiano. Es una parte esencial del evangelio de Cristo, en el Nuevo Testamento. Sin embargo, en cada siglo la iglesia se ha visto obligada a tratar con personas que dicen ser cristianas mientras niegan o distorsionan la deidad de Cristo.
En la historia de la iglesia, ha habido cuatro siglos en los cuales la confesión de la deidad de Cristo ha sido un tema crucial y tempestuoso dentro de la iglesia. Esos siglos han sido el cuarto, quinto, decimonoveno y vigésimo. Como vivimos en uno de los siglos en que la herejía asalta a la iglesia, es urgente que salvaguardemos la confesión de la iglesia de la deidad de Cristo.
En el Concilio de Nicea, en el año 325 d. C., la iglesia, en oposición a la herejía arriana, declaró que Jesús es engendrado, no creado, y que su naturaleza divina es de la misma esencia (homoousios) con el Padre. Esta afirmación declaró que la Segunda Persona de la Trinidad es una en esencia con Dios el Padre. Es decir, el “ser” de Cristo es el ser de Dios. Él no es meramente similar a la Deidad, sino que es la Deidad.
La confesión de la deidad de Cristo se extrae del testimonio múltiple del Nuevo Testamento. Como el Logos Encarnado, Cristo se revela como no solo preexistente a la creación, sino también eterno. Se dice que él está al principio con Dios y también que Él es Dios (Juan 1: 1-3). Que Él esté con Dios exige una distinción personal dentro de la Deidad.
En otros lugares, el Nuevo Testamento le atribuye términos y títulos a Jesús que son claramente títulos de deidad. Dios otorga el título divino preeminente de Señor sobre Él (Filipenses 2: 9-11). Como el Hijo del Hombre, Jesús afirma ser el Señor del sábado (Marcos 2:28) y tener autoridad para perdonar los pecados (Marcos 2: 1-12). Se le llama el “Señor de la gloria” (Santiago 2: 1) y voluntariamente recibe adoración, como cuando Tomás confiesa: “¡Mi Señor y mi Dios!” (Juan 20:28).
Pablo declara que la plenitud de la Deidad habita corporalmente en Cristo (Colosenses 1:19) y que Jesús es más alto que los ángeles, un tema reiterado en el libro de Hebreos. Adorar a un ángel o cualquier otra criatura, sin importar cuán exaltado sea, es violar la prohibición bíblica contra la idolatría. Los Yo soy del Evangelio de Juan también dan testimonio de la identificación de Cristo con la Deidad.
En el siglo V, el Concilio de Calcedonia (A.D. 451) afirmó que Jesús era verdaderamente hombre y verdaderamente Dios. Se decía que las dos naturalezas de Jesús, humana y divina, eran sin mezcla, confusión, separación o división.
Pasajes bíblicos para reflexionar:
Marcos 2:28
Juan 1:1-14
Juan 8:58
Juan 20:28
Filipenses 2:9-11
Colosenses 1:19