Leía a una feminista escribir que “el cristianismo históricamente ha sido un movimiento de opresión a la mujer“. Lo cual me pareció una afirmación desafiante y digna de sopesar no sólo a la luz del Evangelio sino de la historia misma.
Pero antes de considerar tal asunto, es necesario que presente algunas consideraciones:
1. Dentro del cristianismo, han existido personajes o movimientos que lamentablemente han tratado o perfilado a la mujer con inferioridad y degradación. El porque de esto reside en principios culturales y sociológicos e incluso psicológicos.
2. Que dichos casos de menosprecio a la mujer por parte de estos personajes o movimientos, no representa la totalidad del pensamiento cristiano.
Dicho esto, vayamos a la pregunta que pretendo responder: “¿El cristianismo históricamente ha oprimido a la mujer?”
A tal cuestionamiento, podemos responder que no. Veamos algunos argumentos que apoyan dicha respuesta:
a) La actitud de Jesús hacia las mujeres.
Tomaré el ejemplo de la mujer samaritana, ya que representa uno de los encuentros “escandalosos” culturalmente hablando que el Señor tuvo.
Cuando leemos el relato del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, podemos ver que el Señor no demostró una actitud de superioridad, sino que muestra un interés respetuoso. Una situación escandalosa según el criterio cultural y social de ese tiempo.
Alvin J. Schmidt, comenta al respecto:
” La forma humana y respetuosa en que Jesús trató y respondió a la mujer samaritana (como se registra en Juan 4: 5–29) puede no parecer inusual para los lectores en la cultura occidental de hoy. Sin embargo, lo que hizo fue extremadamente inusual, incluso radical. Ignoraba los prejuicios judíos antisamaritanos junto con la opinión predominante de que las mujeres eran seres inferiores.
Al encontrarse con una mujer samaritana en el pozo de Jacob, Jesús pidió un trago. Sorprendida, ella preguntó: “Eres judío y yo soy una mujer samaritana. ¿Cómo puedes pedirme de beber? ”(Juan 4: 9). El hablarle a ella, una mujer, era parte de su sorpresa. Ella podría haber preguntado: “¿Cómo es que tú, un judío, pides un trago de mí, un samaritano?” Pero en cambio ella dijo: “Soy una mujer samaritana”. Hablar con un samaritano ya era bastante malo, pero Jesús también ignoró la creencia rabínica existente de que un hombre respetuoso no le hablaba a una mujer en público. La ley oral rabínica era bastante explícita: “El que habla con una mujer [en público] trae el mal sobre sí mismo” (Aboth 1.5). Otra enseñanza rabínica prominente en los días de Jesús enseñó: “Uno no es tanto como saludar a una mujer” (Berakhoth 43b).
El relato de la mujer samaritana dice que los discípulos, como judíos fieles, “se sorprendieron al encontrarlo hablando con una mujer” (Juan 4:27). No se sorprendieron porque habló con un samaritano, sino porque habló con una mujer en público.” [1] Vemos entonces, que Jesús no era un misógino opresor patriarcal, ni tampoco un aliado feminista. Era el Hijo de Dios, reconociendo a esa mujer como lo que era, creación de Dios, necesitada de las buenas nuevas.
b) La mujer ocupó un rol importante en la iglesia apostólica.
Hace unos meses, fue publicado un libro titulado “Una semana en la vida de una mujer greco-romana” por Holly Beers, el cual nos presenta en una narrativa ficticia basada en información histórica, como era el día a día de una mujer y de cómo es el encuentro de ella con el Evangelio. Las mujeres en la cultura greco-romana, eran vistas como inferiores e inútiles. Lo cual las descalificaba para opinar o ser parte de eventos u organizaciones.
Pero ¿qué de la iglesia apostólica? Schmidt señala lo siguiente:
La aceptación culturalmente desafiante que Jesús dio a las mujeres no se perdió en la iglesia apostólica primitiva. Siguiendo el precedente de Cristo, los primeros cristianos ignoraron las normas culturales restrictivas y confiscatorias a las que las mujeres estaban sujetas en su sociedad. Poco después de la resurrección física de Cristo, sus seguidores se reunían regularmente el primer día de la semana para renovar su alegría por este milagro único. Comúnmente se reunían en sinagogas o en sus casas particulares, conocidas como iglesias en casas. En esté último, las mujeres a menudo eran muy prominentes, no solo como adoradoras sino también como líderes. San Pablo señala que Apia, “nuestra hermana”, era líder en una iglesia en casa en la ciudad de Colosas (Filemón 2). En Laodicea, estaba Ninfas, que tenía una “iglesia en su casa” (Colosenses 4:15). En Éfeso, Priscila, con su esposo Aquila, tenía una iglesia que se reunía “en su casa” (1 Corintios 16:19). Y Pablo declara que Priscila fue una de sus “compañeras de trabajo” (Romanos 16: 3) al avanzar en la Gran Comisión de Cristo que les dio a sus seguidores que fueran a todo el mundo para hacer discípulos a todas las naciones (Mateo 28:19). Otra líder femenina clave en la iglesia apostólica fue Febe. En Romanos 16: 1–2, Pablo se refiere a ella por el título masculino de diakonos (diácono), un puesto que ocupaba en la iglesia de Cencrea. Pablo no usó ninguna forma femenina de la palabra, pero la palabra se traduce como “diaconisa” en muchas traducciones. Esa palabra no llegó a existir hasta la última parte del siglo IV. Además de llamarla diácono, Pablo se refirió a ella como prostatis o “oficial principal”. En la literatura griega antigua, la palabra prostatis significaba “presidir en el sentido de dirigir, conducir, dirigir, gobernar”, según Bo Reicke. [2]
Por lo expuesto anteriormente, encontramos que la iglesia apostólica, no menospreció a las mujeres, al contrario, fueron elementos muy importantes en el desarrollo de la iglesia.
En este sentido, es posible que alguien objete que desde el siglo II empezó a ser relegada de los roles eclesiásticos (A), a lo que respondo, que si, es cierto, más esto no indica opresión sino una compresión radical por parte de algunos padres de la Iglesia, los cuales al parecer olvidaron lo dicho por Jesús o el ejemplo de Pablo.
En la siguiente tabla, podemos ver otros aportes o prácticas que fueron promovidos por la cosmovisión cristiana:
Prácticas no cristianas (Pasadas o presentes) | Prácticas Cristianas (Pasadas o presentes) |
Gineceo: Habitaciones segregadas para la esposa en la casa de su esposo en la antigua Atenas | No hay habitaciones segregadas para la esposa en su casa; ella comparte con su esposo en todo momento |
La esposa ateniense estaba confinada en su habitación cuando los hombres invitados estaban presentes | Las mujeres (María y Marta) recibieron a Jesús en su hogar. |
Hetera: amante legal del hombre en la antigua Grecia | No se permiten amantes |
Patria potestas: el poder absoluto del padre sobre los miembros de la familia | El padre no posee un poder familiar absoluto |
Manus: el poder absoluto del marido romano sobre su esposa | Maridos y esposas: “Someteos unos a otros por reverencia a Cristo” (Efesios 5:21) |
Infamia: etiqueta para una mujer romana desobediente | Sin etiqueta cultural para una mujer desobediente |
Coemptio: padre romano vende hija a su esposo | El padre no tiene permitido vender a su hija a su esposo |
Adulterio: basado en el estado civil de la mujer; un doble estándar de comportamiento sexual | Basado en el estado civil de un hombre o mujer; un solo estándar de comportamiento sexual |
Bebés femeninos valorados menos que bebés masculinos | Los bebés femeninos y masculinos valorados por igual. |
Volviendo a la pregunta inicial, podemos responder que no. Lo que enocntramos es que, aquellos que han comprendido por gracia el evangelio de Dios, aman a la mujer puesto que es creación de Dios y promueven su bienestar. Pero a pesar de tal evidencia, el feminismo radical, toma los casos escandalosos, los escritos de uno y otro autor, para presentar un caso contra el cristianismo y por ende contra el evangelio de Jesucristo. De modo que, consideremos la Historia y las Escrituras, y encontraremos que Jesucristo da dignidad y sentido de vida a la mujer.
[1] How Christianity Changed The World por Alvin J. Schmidt
[2] Ibid
(A) Aquí nos encontramos con otro tema, el cual es la mujer y el ministerio. Asunto que no será tratado en este artículo.